Roberto Carlos Pérez
August 19, 2011
Conocida como la Babel de nuestro tiempo, la ciudad de Nueva York era ya en los años ochentas una metrópolis sin precendestes, en la que se hablaban, como en ninguna otra ciudad del mundo, más de ciento cincuenta idiomas y en la que vivían millones de personas de diferentes nacionalidades. Muchas iban atraídas por la fama de sus rascacielos, su música y sus teatros, pero otras, las menos afortunadas, llegaban como inmigrantes comunes que con el tiempo se unían al melting pot formado por diversas razas y culturas. Para entonces la inmigración latinoamericana había contribuido enormemente a la impronta cultural de la ciudad.
De Centroamérica llegaban pocos. La marcada distancia entre Nueva York y las ciudades sureñas de los Estados Unidos era quizás un impedimento para los inmigrantes centroamericanos, que fijaban la mirada en ciudades como Los Angeles, San Francisco o Miami, por su cercanía con la frontera mexicana.
El conflicto armado en Nicaragua entre contras y sandinistas había arrojado a miles de nicaragüenses al exilio. El derrocamiento de la dictadura somocista en 1979 y el ascenso del sandinismo al poder provocaron, en la década de los ochentas, el éxodo más grande en la historia del país. La ruina económica y la guerra repercutieron profundamente en el espíritu de los nicaragüenses, quienes buscaban huir del conflicto y su incalculable destrucción.
En el verano de 1985 la familia de un callado niño nicaragüense llegó a Nueva York sin mas equipaje que la nostalgia por el país que habían abandonado. El servicio militar obligatorio y los muertos que ascendían a miles los obligaron a emprender la peligrosa travesía en busca de un suelo seguro. Atrás quedaba la guerra, pero las profundas oposiciones políticas de Nicaragua entre el viejo régimen y el nuevo gobierno –que paradójicamente los impulsaba a emigrar– se habían asentado en el seno de la familia de Franck, así como en muchas otras familias.
Quizás al principio la ciudad le resultara apabullante, pero poco a poco fue convirtiéndose en su nuevo hogar, aunque gran parte de su espíritu seguía aferrado a Nicaragua. Hoy, veinticuatro años después, Franck de las Mercedes, el niño de doce años que se convirtió en pintor, es reconocido dentro y fuera de los Estados Unidos por un ingenioso proyecto artístico que le ha valido grandes elogios.
Una caja vacía bellamente pintada y una escueta leyenda en la parte de afuera que dice «frágil, manéjese con cuidado: contiene paz», han hecho que éste pintor nicaragüense no solamente sea visto como un embajador de la paz, sino un artista cuya sensibilidad lo ha llevado a recorrer –gracias a su novedosa idea– caminos hasta ahora inexplorados por otros artistas.
El proyecto «cajas de prioridad», como él lo ha denominado, ha insistido en acercar el arte a miles de personas. Con el tiempo, las variaciones de la leyenda –no solamente «paz», sino también «amor» y «éxito»– llegan a miles de hogares, los cuales al principio eran escogidos al azar. La idea –como todos los grandes hallazgos– surgió de manera imprevista y hasta el momento el artista ha enviado más de diez mil cajas alrededor del mundo.
Influenciado por el arte «pop», Franck de las Mecedes comenzó su carrera pintando por encargo rostros de figuras famosas. Las pinturas eran enviadas por correo dentro de cajas en las que, para salir del paso, el artista limpiaba su brocha.
Fue una agente de la oficina de correos quien observó que las cajas eran en sí obras de arte. El resto ha sido un arduo trabajo que comenzó en 2006 y hasta la fecha no ha terminado. Ahora las cajas son deliberadamente pintadas con un profundo sentido estético y se envían vacías a todas partes del mundo. Desde Europa, Asia, el Medio Oriente o el continente americano, cualquier persona puede pedirle a Franck de las Mercedes una caja a través de su página de internet, ya sea para un amigo, una hermana, o una madre. El costo del envío corre por cuenta del pintor, convirtiéndolo en un verdadero altruista.
Las cajas, sin embargo, son apenas una muestra de la emergente obra del joven nicaragüense. Sus cuadros han sido exhibidos en importantes galerías de Nueva York, junto a reconocidos artistas como Romero Britto y Robert Rauschenberg, y ha participado en talleres a la par de Olivier di Pizio y Gonzalo Belmonte, entre otros, quienes han catalogado su obra como una voz fresca entre los nuevos artistas.
Se le ha denominado como pintor abstracto, quizás porque sus cuadros colocan un especial énfasis en el valor expresivo de los colores y la necesidad de alejar las figuras de las formas convencionales. Es decir, un rostro –como los que ha pintado– contiene trazos que lo desvinculan de lo que el ojo humano está acostumbrado a ver y es aquí donde recae el valor de su obra. Sus cuadros más abstractos, los que no están ligados a las figuras, también son de una profunda dimensión, una inmensa energía y una belleza extraordinaria, siendo sus más grande talento el de ser un consumado colorista.
No es fácil notar a primera vista hasta qué punto la guerra en Nicaragua marcó su carácter. Alejados como están de las figuras que respresentan la violencia –como las balas, los tanques y las armas– sus cuadros tal vez no dan testimonio directo del horror que los muertos y la destrucción pueden producir en la mente de un niño. Pero basta leer títulos como «sangre», «furia» y «violencia» –palabras que sugieren fuertes estados emocionales– para que salten a la vista los estragos sicológicos que el artista sufrió a raíz de la guerra.
Su lenguaje es parco al hablar del asunto: pocas palabras, gestos pensativos y profundos silencios. Cada frase denota un inquebrantable deseo de ver la guerra desde la otra orilla: si existe la violencia, en un mundo marcado por la discordia, también existe la paz. Es en la antítesis, y no en su contraparte, en la que el artista nicaragüense, que comenzó tocando la guitarra en grupos de rock y actuando en obras de teatro off broadway, ha afianzado su naciente obra.
No obstante, nada de esto sería posible si el artista no hubiese tenido un encuentro directo con la obra de Jackson Pollock, el legendario pintor norteamericano. Fue en el Museo Metropolitano de Arte de la ciudad de Nueva York que Franck de las Mercedes se cruzó con el célebre cuadro «Autumn Rhythm», una de las piezas más representativas del arte abstracto. Desde entonces su vida cambió para siempre.
Cuando creíamos que el arte estaba destinado a no ser parte de los intereses colectivos, teniendo en cuenta que en las sociedades actuales las personas viven en constante prisa y sin tiempo para detenerse en las experiencias estéticas, las cajas de Franck de las Mercedes han cumplido la noble misión de acercar el arte a miles de personas, pero sobre todo brindarle paz y esperanza a un mundo que constantemente ofrece la guerra.
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